El día que comencé a querer vivir en Shangri-La
Hace dos décadas que alguien me prestó Horizontes Perdidos. Tanto me impactó esa cinta que desde entonces siempre soñé con vivir en Shangri-la. Una sociedad perfecta regida por la sabiduría. Hace ya tiempo me «enamoré» periodisticamente de un científico. Mi aventura “concluyó” con su biografía. Hoy he hallado otras Voces del Desierto -a mi juicio- dignas sucesoras del Gran Lama. Y es que todavía deseo vivir en Shangri-la.
Basada en la novela “lost horizon”, escrita en 1933 por James Milton, esta maravillosa y mágica historia relata la llegada de una avioneta al utópico y paradisíaco monasterio tibetano de Shangri-la, en el Himalaya, donde destacan la espiritualidad oriental y la sociedad perfecta.
Desde mi punto de vista, Horizontes Lejanos constituye en si misma un hermoso canto de amor al conocimiento, la bondad y la cultura. Eso que hace ya tantos siglos, los griegos bautizaron como “philos-sofia”: amor a la sabiduría. Philos -una de las tres denominaciones helenas del amor (las otras son Eros y Ágape)- y Sofia que significa sabiduría.
Odisea cinematográfica para la recuperación de su versión original
En 1937, cuando se exhibió por primera vez Horizonte Lejanos, tenía 132 minutos de duración. Hubo posteriores versiones que acortaron en casi 25 minutos el metraje original, que acabó siendo dado por perdido.
En 1967 el negativo original se deterioró sin existir ninguna copia con la totalidad del rodaje. Azarosamente, en 1973 el Instituto Americano de Cinematografía encontró un “sound track” (audio) con los 132 minutos, al que le faltaban siete de imagen.
Tras este importante hallazgo se inició un rastreó por las principales filmotecas mundiales para encontrar las partes perdidas de la película y otras escenas en mejor estado.
De este modo, la Universidad de California (UCLA) y lograron reconstruir y ensamblar definitivamente el film para la posteridad, solventando los siete minutos de ausencia de imágenes con fotogramas congelados y fotos obtenidas durante su producción.
Misteriosa, atractiva, y con una gran biblioteca
Considerado su decorado como el mayor realizado en Hollywood, supuso para su director artistico un oscar en 1937. No fue el único, Horizontes Perdidos obtuvo una segunda estatuilla al mejor montaje.
La historia que relata la novela, llevada a la gran pantalla por Frank Capra, acontece en mayo de 1931, durante una revuelta en Afganistán. El cónsul británico, su asistente, una misionera cristiana y un comerciante estadounidense son evacuados en un avión privado hacia un destino seguro. Sin embargo, en pleno vuelo se percatan de que existe un cambio de rumbo y el piloto les resulta totalmente desconocido. Los pasajeros ignoran que uno de ellos ha sido elegido como sucesor del Gran Lama.
Tras repostar durante una tormenta de nieve, el aparato aterriza en una pequeña meseta, donde les sale al encuentro una comitiva de monjes tibetanos. Los pasajeros siguen sus pasos, atravesando el hermoso valle “de la luna azul” donde se erige majestuoso el Monasterio de Shangrila. Un lugar idílico lugar perdido en medio del Himalaya, que dispone de comodidades como baños, instrumentos musicales y una gran biblioteca.
La mayoría de sus habitantes -aunque sus rostros no lo reflejan- superan los cien años de edad, preservados de los estragos del tiempo mediante los poderes medicinales de una planta y un idílico microclima. Una ciudad mítica llena de misterio y atractivo
Idealismo, principios, utopía y una búsqueda inacabada (la mia) de Sangri-la
The New York Times definió esta cinta como “un gran film de aventuras: magnífica puesta en escena, bellísima fotografía e interpretaciones magistrales».
Su argumento ofreció -una vez más- a su director Frank Capra, un excelente vehículo para poder expresar su idealismo, principios éticos e interés por el lado bondadoso de la humanidad. Vista y revista, lo confieso: fueron estas percepciones las que impactaron de forma imborrable en mi vida.
Shangri-la ejemplifica en si misma la utopía: un remanso de paz, donde todos conviven sin discriminación y cuya forma básica de entender la vida se basa en el respeto a los demás.
Libres de cualquier residuo del exterior, estos horizontes perdidos situados en cualquier parte del Himalaya prolongan la vida de sus habitantes. Tanto hombres como mujeres con más de cien años de edad conservan un aspecto treintañero.
Por eso, desde el preciso momento en que desde el salón de mi casa me trasladé a la pantalla de mi televisor -como si fuera la protagonista de La Rosa Púrpura de El Cairo- imbuyéndome dentro de sus fotogramas, no he hecho otra cosa que indagar en los diferentes puntos cardinales de mi vida. ¿Queda aún algún paraíso en la tierra.
No lo sé. Seguiré recabando nuevas Voces del Desierto. Aun perduran dentro de mí un puñado de sueños y puede que quizás algún día acabe encontrando Shangri-la.