El cantautor chileno Victor Jara, aquel chico de ayer y detención de uno de sus asesinos (II)
Marcó un hito en la defensa de los derechos humanos de Chile y del resto del continente iberoamericano. Sus canciones traspasaron cualquier frontera. Hace 36 años que fue asesinado en el estadio que hoy lleva su nombre, por militares traidores al Presidente Salvador Allende. Recientemente los Derechos Humanos se apuntaban un tanto: la detención de uno de sus asesinos. En nuestro país -algunos- intentamos abrir brechas democráticas en instituciones tan anquilosadas y decimonónicas como la -entonces- Dirección General de Seguridad. Lo pagamos bastante caro.
36 años después: detención de uno de sus asesinos
Hace unos días (15 de mayo) echaba una ojeada al diario “El País” y una de sus páginas captaba de inmediato mi atención: 36 años después habían detenido en Chile al ex soldado José Paredes, asesino material de Víctor Jara. Tenía 18 años, prestaba su servicio militar y fue enviado por los golpistas al Estadio a custodiar a los detenidos. Aunque el primer disparo en la sien se lo propinó un teniente, quien lo usó para jugar con su revolver a la ruleta rusa, y tras herirlo de muerte, ordenó a los soldados que acabaran con él.
La verdad es que esta noticia me ha producido alegría. Surge en un momento de mi vida en el que -desde hace bastantes años- me considero bastante inmune contra la esperanza. Ojalá localizásemos a todos los asesinos del mundo. Torturar y matar a cualquier persona por pensar de forma distinta a la tuya -para mí- siempre fue y será el acto más cobarde, vil e indigno que pueda cometer esta “extraña especie” a la que pertenezco autodenominada “homo sapiens”. Si hubiera que buscar alguna motivación -no la hay- sólo cabría decir que quienes golpearon, se ensañaron y asesinaron a Víctor Jara, se les podría acusar de todo, menos de pensar (descerebrados).
Nunca supe sobre su faceta de director teatral -aunque si sobre su pertenencia a los grupos musicales Cuncumen y Quilapayun- pero Víctor Jara fue uno de mis principales iconos y paradigmas de juventud. Aunque menos, todavía hoy sigo escuchando algunos de sus temas mientras me remonto a aquellos tiempos -parafraseando a Gabo, el Nóbel colombiano- “cuando yo era feliz e indocumentado”.
En la DGS a los 18 años, sindicalista y periodista
Pero, con 18 años entré a trabajar como Ordenanza en la Dirección General de Seguridad. Lo hice con una ilusión, inocencia y pasión inusitadas. No me podía creer lo que leía sobre ese edificio. Pero el tiempo llevó a la realidad. Nada menos que a la Comisaría General de Información (Brigada de Información Exterior, Sección Interna). Aún recuerdo el titulo de uno de los papeles que pasó por mis manos, no fue necesario copiarlo, él sólo se instaló para siempre en mi memoria: “Los marxistas chilenos se mueven por Madrid. Su responsable es el activista León Canales”. Nunca llegué a conocer a Canales pero, me hubiera gustado mucho haber tenido esa oportunidad.
Allí, junto a otros compañeros, participé en la constitución de la primera Sección Sindical de Personal Laboral del Ministerio del Interior, siendo testigo de muchas cosas que han dejado una profunda huella en mi vida. Trabajaba precisamente con quienes habían dedicado su vida a perseguir y reprimir cualquier germen de lucha obrera. Desde pequeño me gustaba mucho escribir. Siempre sacaba sobresaliente en redacción. Con estos primeros sueldos de mi vida, decidí costearme la carrera de periodismo en la Universidad Complutense.
Algunas veces, orgulloso de mis logros, llegaba con mi grabadora para mostrar a algunos de mis compañeros el audio que el día anterior había hecho a Manuel Fraga o Julio Anguita (recuerdo que la primera interesó bastante más, aunque al dinosaurio gallego le molestó mucho una pregunta sobre contrabando de tabaco que afectaba a alguien de su partido y desde ese instante me trató bastante mal. En las fotos que le hice parecía un “buldog terrier”.
A partir de ese momento mis convicciones de sindicalista fueron algo tergiversadas y pasé a convertirme en “rojo” y mis posteriores estudios universitarios aliñados con las grabaciones periodísticas que atónitos escuchaban algunos de mis compañeros me convirtieron en un “espía” de los espías. ¡Insólito!, todavía hoy no salgo de mi asombro.
Curiosamente toda mi candidatura (UGT) y yo fuimos investigados por funcionarios de la misma brigada en la que prestaba servicio -no se si fue en ese tiempo o años después cundo me pincharon el móvil, cuyo número aún conservo, porque jamás fui consciente de delinquir contra nadie- a quienes molestaba que les obsequiara con los carteles y panfletos que editábamos, para que los metieran en su expediente, evitando de este modo que nos los quitaran de las paredes. Lo más lamentable es que en ese entonces gobernaba en España el PSOE de Felipe González.
Recuerdo un sábado en que se celebraba una manifestación contra la OTAN en Madrid. Trabajaba ese día. Salí de la Puerta del Sol puntual y escopetado me marché a la cabeza de esta protesta popular. El azar quiso que mi imagen -entre otros muchos- repleto de pegatinas y coreando “No a la OTAN” fuera captada por los informativos de RTVE. Al día siguiente el chisme corrió como la pólvora: en lugar de ir al trabajo, había estado manifestándome con todo ese rojerío. Si lo sabrían ellos: ¡Me habían visto en la tele!.
También por esos años, noviembre de 1989, cubrí como reportero acreditado el funeral por la muerte de Dolores Ibarruri «La Pasionaria». Como se suele decir: solía estar en primera línea de fuego. Desconozco si la policía tuvo conocimiento de este hecho -supongo que sí, porque me tenían muy vigilado- pero alguine me entregó un reportaje realizado por la Revista Tribuna de Actualidad, que dirigía Julian Lago. Allí estaba yo, frente al feretro de la dirigente comunista con el puño levantado.
Hijo de policía, fascinado por Víctor Jara, sindicalista, periodista y comprometido con los derechos humanos. Un cóctel explosivo que me supuso mucho dolor y me costó muchísima sangre, sudor y lágrimas. Afortunadamente salvé la vida. Uno de mis compañeros no tuvo tanta suerte y tras una fortísima depresión, acabó suicidándose.
Comprometido con la humanidad: quizá demasiado corazón
Hoy sigo recordando a Amanda y a Víctor Jara, reivindicando el derecho de vivir en paz, leyendo a muchos poetas del amor y de la vida, tarareando de vez en cuando “a desalambrar” y otras canciones, permaneciendo absorto, boquiabierto y callado frente a quienes considero “gigantes de la cultura”y regalando a todos mis semejantes -sin que me importarte su raza, sexo, credo, edad, ideología o nacionalidad enormes pedacitos de corazón.
Un corazón intelectual y académico -que nada tiene que ver con las revistas del género- que siempre aspira a enriquecerse con tan valiosas experiencias de esos semejantes. Un corazón que muchas veces acaba maltrecho, pero que -en aras del respeto que profeso al género humano y mi profundo amor a la sabiduría (filosofía)- ante la magnificencia de algunas personas siempre se quita el sombrero, latiendo con un fortísimo sístole/diástole de fascinación y alegría. Cuando me suceden estas cosas me siento como si hubiera descubierto el santo grial.
Sigo defendiendo a ultranza esos derechos humanos que en alguna ocasión -sin querer- vi violar (intento predicar con el ejemplo) pero, confieso que con nuestros actuales representantes políticos y sindicales estoy francamente muy decepcionado.
Entregué una preciosa parte de mi vida y mi inocencia por defender a mis compañeros, jamás obtuve prebenda laboral alguna que no conquistase para todo mi colectivo, me negué a traicionar a quienes creía representar cuando los políticos de turno intentaron comprarme con “ascensos”, algunos “compañeros” me instigaron a dar la cara por ellos y cuando lo hice -por temor y cobardía- me dejaron tirado.
Encabecé muchas listas sindicales, me enfrenté a auténticos energúmenos y posteriormente cuando pedí ayuda a mis compañeros de filas éstos me abandonaron.
Gracias Víctor Jara, cantautor, poeta, hermano. A ti y a todos los que con la fuerza de vuestra voz, las cuerdas de una guitarra y tantos versos cargados de contenido social os metisteis dentro de mí alma y marcasteis intensamente mi existencia. Al menos tu ejemplo aún perdura en mi corazón.