Voces del Desierto

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Juan Bartolomé: en memoria de un gran hombre y un ejemplo de solidaridad


Conocí a Juan Bartolomé en la AECID hace unos ocho años. Él se interesó sobre mi libro sobre el Dr. Patarroyo. Me comentó que cuando estuvo en Guinea Ecuatorial intentó llevar su vacuna de la malaria a este país africano. Así surgió un dialogo interesante y cordial con él, que al principio no comprendía bien, hasta que supe de su condición de médico. De forma totalmente inesperada por mí, alguien le había hablado sobre mi persona y sueños solidarios. Cuando mi obra se publicó enseguida me contactó con el periodista Pedro Fusté, quien me entrevistó en la Cadena Ser. No podía creer que alguien pudiera recibir una remuneración económica por conversar con alguien tan insignificante como yo.

Desde entonces, siempre hablábamos solidaridad, de medicina y de sus constantes proyectos de ayuda en diferentes países del mundo, de burócratas cantamañanas de la AECID -como les llamaba- porque siempre estaban más pendientes del dinero que de las necesidades de las victimas. No entendía, cómo alguien tan irreverente, gozaba de tanto prestigio y cariño. Recuerdo incluso que a ex Jefe del Gabinete Técnico, lo apodó como “sacamantecas”. Con el tiempo lo comprendí. Juan Bartolomé era único, necesario e imprescindible.

Las víctimas lo único importante. Siempre a punto para partir

Cuando las agencias lanzaban cualquier alarma humanitaria pasaban pocos minutos (lo que tardaba en recibir la noticia y recabar algo de información entre sus contactos internacionales) Juan Bartolomé estallaba de inmediato con ellas y aparecía ante los responsables con su profunda autoridad solidaria: “salimos mañana e inicialmente necesitamos esto y lo otro. ¡A que esperan!…”. Siempre anticipaba dinero de su bolsillo, cuando el azar generaba alguna emergencia. No podía tolerar que el procedimiento y la burocracia obstruyeran su misión. El tiempo era valioso y aunque los éstos tuvieran todo el tiempo del mundo -en ese preciso instante- al otro lado estaba muriendo gente. Era un hombre de acción, no de papeles. No le gustaban los trámites, sino la eficacia y los resultados. Educado, generoso, altruista, trabajador donde los haya. Juan Bartolomé se puso el mundo por montera. Sería muy difícil cuantificar cuantas personas están vivas hoy gracias a la labor ingente de Juan Bartolomé.

En ocasiones viajaba con gente joven, a quienes agotaba. Algunos me contaban “entre nosotros hablábamos y nos preguntábamos ¿este hombre no descansa nunca?”. Mucho trabajo, muchas vidas que salvar y muy poco tiempo.

En alguna ocasión algún embajador -durante una misión humanitaria- le invitó a pernoctar en su residencia oficial, ausentándose de su tienda de campaña. Pero Juan Bartolomé rehusó respondiendo que mientras hubiera víctimas su lugar era aquel, junto a ellas y su equipo, y que si la situación lo demandaba había que trabajar incluso por la noche.

También me contó anécdotas que le sucedieron en 2003 durante el terremoto de Bahm, al suroeste de Irán. Me relató cómo un chico joven -a quien daban por muerto- sobrevivió a la destrucción durante tres días sin comer, al haberse refugiado en un armario que apareció mientras revolvían los escombros buscando supervivientes.

Constantes lecciones de amistad, solidaridad y humanidad

Me habló de la distribución internacional de una foto suya. No recuerdo el país donde se encontraba (enemigo de Israel). La diplomacia propuso jugar un partido entre los funcionarios de la embajada de España y los enviados extranjeros. Un periodista tomó varias imágenes de ese encuentro y las distribuyó internacionalmente. Entre ellas aparecía Juan Bartolomé jugando al fútbol entre la plana mayor del entonces CESID. Días después tenía que desplazarse a llevar ayuda humanitaria a zona israelí y su imagen había traspasado todas las fronteras, con el consiguiente riesgo que esta acción implicaba para su integridad.

Y por él supe de la arrogancia norteamericana. Cuando en Agosto de 2005 el huracán Katrina devastó Nueva Orleáns, España se volcó llevando ayuda. Custodiándola -no podía ser menos- iba Juan Bartolomé. Al llegar a la aduana, los funcionarios del país más rico del mundo querían “prácticamente”- que dejará el material humanitario y se marchara. Pretendían convertir esta donación en un simple trámite burocrático. El orgullo de este país -tradicionalmente donante- se había roto por la tragedia ocasionada por esta catástrofe natural, viéndose abocado a convertirse en receptor de ayuda. El Dr. Bartolomé tuvo que imponerse y decir que no se movía de allí hasta que la cooperación española estuviese en su destino y pudiera comprobar in situ su distribución entre las víctimas.

Nos vimos en bastantes ocasiones fuera de la AECID. Le llamé cuando el fotógrafo Miguel Lizana presentó su obra “Vidas y Tránsitos” en el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid. En los preliminares del acto, mientras observábamos las repletas estanterías de su librería, me contó que no conocía ese lugar y tenía que volver en más ocasiones. Amaba los libros y acabó adquiriendo uno sobre espeleología. Al finalizar el acto le acompañé hasta la parada de taxis que le devolvería a su domicilio, retornando después para celebrar con el autor y cuantos amigos le acompañaron, tan grato alumbramiento.

Pablo Yuste, su mejor discípulo y sucesor. Una auténtica “pareja de hecho”

Recuerdo que viendo llegar su jubilación -que no deseaba- y ante cuya situación recibió alguna oferta como Asistencia Técnica, que no le complació, pensó en la persona de Pablo Yuste para que le sucediera en su puesto como Jefe de Ayuda de Emergencia en las grandes catástrofes humanitarias. Yuste había estado mucho tiempo trabajando sobre el terreno en Irak y Afganistán. Conocía los escenarios de la tragedia como nadie y ambos mantenían una valiosa y estrecha amistad. Para Pablo, Juan Bartolomé era además de su amigo también su mejor maestro. Juan y Pablo (o Pablo y Juan) conformaban una especie de “pareja de hecho”. Siempre les encontraba juntos en las dependencias de la Cooperación Española o en la Cafetería del Museo de América gestando algún nuevo operativo de emergencia. Pablo Yuste se sentía seguro con la vitalidad, la experiencia y los impagables consejos de Juan Bartolomé.

Hablar de solidaridad y ayuda de emergencia es hacerlo inexorablemente de Juan Bartolomé. Su generosidad e hidalguía constituye la historia de la mejor cooperación internacional llevada a cabo por nuestro país. Su vida ha sido siempre un constante ir y venir por el mundo, sufriendo en primera persona el dolor y la tragedia de los demás. Juan Bartolomé estaba siempre disponible, operativo y con el equipaje listo plagado de humanidad. Así le ha sorprendido la muerte.

Cuando concluyó su periplo administrativo en la AECID [ver aquí] Juan me aseguró que no debía haber sido muy complaciente con sus jefes, porque empezó en el mismo puesto en el que se jubiló. Creía fervientemente en lo que hacía.

Inconformista, irreverente y demasiado humano

Inconformista, socarrón, solidario, cooperante por excelencia. Juan Bartolomé tenía muy claro el concepto de humanidad. Los operativos los organizaba y coordinaba él, aunque los diferentes Secretarios Generales de la entidad fueran sus jefes. Eso le llevó en ocasiones a mantener serios encontronazos con ellos, tanto durante el periodo de gobierno del PP como en los diferentes del PSOE. Era médico y por encima de intereses políticos y espurios, siempre estaban las víctimas. Su tratamiento genérico fue siempre la solidaridad, comprometiendo a veces su propia vida.

Unos y otros -también la Secretaría de Estado de Cooperación- estuvieron en el homenaje que la AECID le rindió, para honrar una labor tan profundamente honesta, sacrificada y solidaria. Una selección de un centenar de sus mejores fotografías, la edición del libro: “Juan Bartolomé, una mirada humanitaria” y un ciclo de conferencias en torno suyo. También gente tan conocida como Francisca Sauquillo y por supeusto su entrañable Pedro Fusté, quien un día le pidió ayuda para hacer “La Ruta de la Luz”, una de las acciones oftalmológicas más hermosas de la Cooperación Española, y Juan Bartolomé no sólo se desvivió con él sino que le dijo: “soy médico y me voy contigo a operar de cataratas”.

Durante varias semanas, de las paredes de la planta baja de la AECID colgaron sus mejores imágenes, recopiladas en esta obra que como si de un tesoro se tratase, conservo con su magistral dedicatoria. Recuerdo que durante la preselección de estas diapositivas, le acompañé durante un par de horas en una sala de la tercera planta de la AECID, donde pude ver muchas otras impactantes e impresionantes imágenes suyas. Una de tantas escapadas “a desayunar” en las que siempre arribaba en su despacho y consumía ese tiempo escuchando boquiabierto y con admiración sus magníficos relatos de caballero andante.

Sobre Juan escribí en mi web y quise rendirle un humilde homenaje de cariño en Voces del Desierto. Recuerdo que el móvil, los ordenadores e internet no eran trastos de su tiempo, hasta que alguien el convenció de su necesaria utilidad.

[ver aquí]

Cuando le comentaron mis textos, tan socarronamente -como siempre- exclamó. “¡Ha escrito sobre mí, sin mi permiso!”, y la siguiente vez que nos vimos, nos fundimos en un abrazo. ¿Cómo podría alguien pensar algo malo de Juan Bartolomé, si era en sí mismo la bondad personificada, y su vida fue siempre la de los más desfavorecidos?.

Su último e inacabado proyecto: catalogar y ordenar sus miles de fotos

Desde junio de 2010 tras la muerte de su madre, le fue avanzando un tumor, que inicialmente se creía era una neumonía, hasta desarrollar una metástasis pulmonar que le ha mantenido en cama con cuidados paliativos durante los últimos días, habiendo reducido su peso a 69 kilos. Pendiente ha quedado su última misión en Filipinas, en la que trabajaba con una ONG ajena a CMC Sahel Canarias, de la que era Presidente de Honor.

Gran aficionado a la fotografía. La mayoría de las imágenes con que cuenta la AECID, fueron proporcionadas por él. Cuando le llamaron para ir a Haití, con su voz socarrona comentaba, me tenían que haber llamado sobre la marcha y no varios meses después, cuando eran incapaces de coordinar el reparto de la Ayuda Humanitaria. Una vida repleta de anécdotas y vivencias.

Tardíamente supe de una “increíble” y lejana historia de desamor que no me corresponde contar a mí. Juan sufrió el dolor en su propio ser, y esas implacables secuelas las transformó en amor por los demás. Era apasionante y mágico estar a su lado y escucharle atentamente. Me sentía como si me estuviera relatando un capítulo no escrito de las mil y una noches.

Alguien me contó su estancamiento en los avances tecnológicos. Cuando le animaron a comprar una cámara digital para evitar que tuviera que reemplazar constantemente sus carretes fotográficos. Y posteriormente en algún país, con ella cambiando constantemente de tarjeta. Alguien le dijo ¿Pero, no sabes que la descargas en un ordenador, y puedes volver a empezar?. No lo sabía, pero siempre regresaba de sus misiones cargado de tarjetas repletas de imágenes.

Sus primeros pasos en la informática los estaba dando hace algunos meses. Había adquirido un ordenador y se disponía a catalogar sus miles y miles de instantaneas en un desván de su domicilio en Torrelodones, donde vivía junto a su loro KOGO y sus perros (uno de presa canario llamado MOSUL), rodeado de recuerdos de su interminable y dilatada trayectoria. En este proyecto le sorprendió la enfermedad que le ha llevado a la muerte.

Hoy te doy mi adiós, con enorme tristeza, mientras alguien me cuenta que la AECID tiene previsto crear un Premio de Fotografía Humanitaria que llevará tu nombre. Es lo menos que pueden hacer para preservar tu memoria. Mientras escribo estas palabras se me escapan las lágrimas. Gracias por haber conservado siempre intactos tus principios. Deseaba aprender de ti para -con tu testimonio y tu ejemplo- intentar ser mejor persona. Será difícil volver a encontrar alguien como tú. A mi me costó muchos años descubrirte. La gente como tú no debería morir. Adiós Juan, hasta siempre, quienes te sentimos nunca te olvidaremos. Tú has sido la mejor mirada humanitaria de nuestro país y formas parte de nuestra historia más entrañable. Descansa en paz y si existe algo más allá, continúa tu periplo humanitario recorriendo esos inconmensurables senderos de ultratumba. Sabes que siempre estarás dentro de mi corazón.

Para todo un Don Juan, un poema de Pablo Neruda

Te has marchado sin avisar. Lo único que no deseo es recordar tu irreconocible imagen yerta de la que pendía la medalla de oro de Cruz Roja.  Quiero concluir este homenaje póstumo -que no deseo- con un poema de Pablo Neruda, titulado “MUERE LENTAMENTE”, que en cierto modo, contiene gran parte de los principios a los que siempre fuiste fiel.

Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no cambia de marca, no arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.
Muere lentamente quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre blanco y los puntos sobre las «íes» a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas de los bostezos, corazones a los tropiezos y sentimientos.
Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el trabajo, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien no se permite por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos.
Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en sí mismo.
Muere lentamente quien destruye su amor propio, quien no se deja ayudar.
Muere lentamente, quien pasa los días quejándose de su mala suerte o de la lluvia incesante.
Muere lentamente, quien abandona un proyecto antes de iniciarlo, no preguntando de un asunto que desconoce o no respondiendo cuando le indagan sobre algo que sabe. Evitemos la muerte en suaves cuotas, recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor que el simple hecho de respirar.
Solamente la ardiente paciencia hará que conquistemos una espléndida felicidad.


Javier Julio García Miravete

Escribo luego existo. Me apasiona la cultura y soy un empedernido luchador contra la injusticia y la corrupción. Admiro la sabiduría de los demás y a cuantos crean para la construcción de un mundo mejor. No me duelen prendas para reconocer en los demás méritos y virtudes, que me gustaría aprender de ellos. Soy un rebelde con causa siempre abierto a nuevos caminos y empresas. Periodista amante de la ciencia, el arte, la literatura, la fotografía, el cine, la música, el coleccionismo, los libros y papeles antiguos que me permiten reconstruir perfiles e historias de otros tiempos. Sueño con proyectos magníficos que me desbordan y que no logro activar por desintereses políticos. Desde aquí impongo mis normas sin someterme a protocolos. Escribo lo que quiero como quiero e intento ser libre.

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