Recuerdos encontrados en torno a Camilo José Cela (I)
Pese a haber sido galardonado con el Premio Nóbel de Literatura, su trayectoria política y literaria fue siempre bastante conflictiva y cuestionada. A lo largo de su vida pude acercarme a él en tres o cuatro ocasiones. Pese a mi delicadeza, respeto y diplomacia, sus modales -al menos conmigo- dejaron bastante que desear. Hay quien dice que «siempre era así». Yo no lo creo. Estas son algunas anécdotas, reflexiones y recuerdos en torno a este ilustre gallego.
Mis primeros recuerdos sobre este literato gordinflón se sitúan a una distancia que el paso del tiempo no me permite datar. Creo que por ese entonces tendría entre 16 y 17 años de edad. No obstante, en esas fechas aún era un inexperto adolescente que acababa de retornar a Madrid, tras vivir seis años en una ciudad -Segovia- donde la normalidad era la tónica imperante. Como era estudiante y tenía poco dinero, encontré un cine donde ponían “La Colmena” a mitad de precio. Tiempo después, cursando primero de Periodismo en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, cree una tertulia periodística en un restaurante de la Puerta del Sol y asistí a un evento cultural donde entregué a Cela en mano una invitación para ésta recibiendo de él una respuesta que me dejó absolutamente perplejo.
Mi único pase en el cine Carretas: una experiencia “traumática”
La mayor parte de mi juventud la pasé en Segovia, donde viví y estudié durante seis años de mi vida. Allí cursé íntegramente el BUP en el Instituto Andrés Laguna.
Tenía un profesor de arte llamado Tomás Morales, bajito, tocho, medio calvo, con mostacho y ultracatólico. Este señor sabía tanto que las clases “prácticas” -consistentes en la proyección de diapositivas de iglesias, construcciones y monumentos- muchas veces se las corregíamos los alumnos. Era muy habitual que se equivocara en el número de slide y a algunos de los que allí estábamos -por muy ignorantes que fuéramos artísticamente- no nos cuadraba que una iglesia con arcos de medio punto y pantocrátor (prerrománica) constituyera uno de los máximos exponentes del gótico.
Sin embargo, pese a mi petición de que debía regresar a Madrid y no deseaba hacerlo con una asignatura colgando, me suspendió arte. Ya en la capital de España me matriculé de esa asignatura en el Instituto Calderón de la Barca. Más por morbo que por interés -quería ser periodista- de vez en cuando, pese al escrutinio de sus escoltas en los pasillos, me colaba en las clases de literatura que impartía Carmen Romero, entonces esposa del Presidente del Gobierno Felipe González.
Eran aquellos tiempos para mí, de máxima inocencia. En Madrid estrenaban la versión cinematográfica de “La Colmena” de Cela, donde intervenía en un pequeño papel el propio autor. Dependía de las 50 pesetas de propina que cada fin de semana me daban mis padres, y debía administrarlas para que me cundiesen lo más posible.
Deambulando por la puerta del Sol encontré que el cine Carretas la estaba proyectando y el precio de sus entradas era la mitad que en otras salas. De este modo, accedí a sus instalaciones, ocupando una butaca casi al final.
Enseguida noté algo raro. La mayoría de las filas de butacas estaban desocupadas, había unas cuarenta personas, todos eran hombres y la calidad de la copia que se proyectaba era pésima (llena de rayas y cortes brutales).
Lo más curioso fue constatar como el interés de la gente hacia tan nefasta copia era nulo. Enseguida un joven que se encontraba al final de mi hilera de butacas comenzó a mirarme y avanzar discretamente hacia mí. Cada vez estaba más cerca de mí y yo cada vez más asustado. Opté por cambiarme de sitio. Afortunadamente, hubo un intermedio. La película estaba integrada por dos cintas que debían cambiarse.
En el hall del cine no había más que chicos que se miraban y me miraban. Asustado le comenté al acomodador que un tipo me estaba siguiendo y que había llegado a sentarse a mi lado e intentar meterme mano. Este sonrió como si no pasara nada. Durante esa pausa fui al baño a “cambiar el agua al canario”, y mi sorpresa y desconcierto aumentó cuando me e encontré a dos tipos masturbándose alegremente en los urinarios.
De este modo, descubrí que me había metido a un antro de homosexuales cuyo único objetivo era “ligar” durante la proyección. Aterrado salí sin concluir la película que posteriormente disfruté en otra sala. Eso sí, en esta ocasión acompañado por una amiga.
Fue una experiencia realmente traumática. Durante más de una semana, cada vez que paseaba por la Puerta del Sol y alguien me miraba, sentía que tenía fijación por mí y andaba con desconfianza obsesionado con que me perseguían maricones.
“Espontaneidad” de Cela ante mi invitación a una tertulia con alumnos de la Complutense
La primera vez que le vi, en vivo y en directo, fue durante una disertación donde Camilo José Cela elogiaba las bonanzas del vino y la gastronomía. Yo era muy joven y apenas recuerdo dónde aconteció. Posiblemente, en un teatro madrileño.
Bastantes años después -no recuerdo cuantos- estuve en un recital de la poetisa ya casi olvidada Gloria Fuertes en un Centro Cultural situado entre las madrileñas calle Carretas y el callejón de Cádiz, en plena Puerta del Sol. El maestro de ceremonias de este evento cultural de la autora -del tantas veces musicado- poema “el mundo al revés” fue Camilo José Cela.
Hacía unos meses que había creado y puesto en marcha una tertulia periodística de estudiantes de doctorado y profesores en el ya desaparecido Restaurante Jabugo Sol, en la mismísima Puerta del Sol, donde mensualmente durante el transcurso de una agradable velada que a veces se prolongaba bastantes horas, en torno a una mesa rectangular compartíamos las viandas que la casa tenía a bien servirnos en un comedor privado, al tiempo que escrutábamos a un personaje al que previamente habíamos invitado, y al que al final agradecíamos su presencia obsequiándole con una placa de plata grabada que mensualmente nos donaba la madrileña joyería Enrique Busian.
José Julio Perlado Ortiz -mi profesor y muy querido amigo- antaño corresponsal y ex columnista de ABC, le había entrevistado en varías ocasiones, llegando a hablar con él exclusivamente sobre sus prólogos. Perlado, quien desde el primer momento me apoyó y se sumó a la tertulia que junto a otros compañeros de la Facultad de Ciencias de la Información organicé, estaba fascinado por él. Hasta tal punto era su devoción, que el propio Francisco Umbral, bastantes años después lo mencionó en su libro “Cela: un cadáver exquisito”.
Por ese motivo, elaboré una invitación y se la entregue en mano a la salida del acto de Gloria Fuertes. Le expliqué el espíritu periodístico de este encuentro, pero, metiéndose la invitación en el bolsillo de la americana me respondió: “Invitarme. ¡No iré!”. La verdad es que no esperaba tal respuesta y ésta me dejó bastante descolocado.
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